¡Hola a todos!. Después de llegar a casa tras una noche divertida, de esas de bailar pero no follar, creo que es el momento perfecto para retomar el blog escribiendo una nueva entrada sobre mi bicicleta. Aviso que mi tasa de alcoholemia no es exactamente de 0.0 así que mañana quizá, y sólo quizá, volveré a leer esto y corregir posibles errores en la narración.
Parte 1: La búsqueda
Como toda historia que se precie, debe haber un comienzo interesante y divertido para enganchar al público. Bien, según cuenta la leyenda no hay tesoro sin una búsqueda, no hay satisfacción sin cierto dolor. Y ésta leyenda no iba a ser menos. ¿Cómo vamos a conseguir una bicicleta sin ni siquiera buscarla?. La bicicleta, que de ahora en adelante denominaré bicicleta Anacleta, fue un obsequio de un amigo que estuvo de Erasmus aquí el año anterior. Y como buen amigo que es, me regaló las llaves en España pero me puso una condición que debiera recordar en el futuro: «no hinches las ruedas, tienes que cambiar las cubiertas que están en mal estado». Eso sí, no me dijo dónde la había escondido, por lo que tras probar con más de una docena de candados de las bicicletas del cobertizo, no me quedó más remedio que llamarlo al teléfono para que me dijera exactamente dónde narices la había abandonado. Primer objetivo cumplido, ¡ya tengo bicicleta!.
Primera en la frente.
Umm, las ruedas están desinfladas, y no tengo bomba de hinchar. Sin embargo, hay dos estupendas gasolineras aquí al lado con sus respectivos puestos de aire y agua. ¡Qué bien!. ¡Hoy mismo podré usarla!.
¡Estupendo!. La rueda delantera ya está hinchada, ¡genial!. ¡Vamos a por la trasera!. Sssssshhhhhhh. ¡Alto!. ¡Un momento!. ¿Y ese huevo que sobresale por el lateral de la rueda?. ¡Mierda, me he pasado de presión!. Será mejor que afloje la válvulaaaa piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Efectivamente, como podeís suponer me estalló la cámara de aire a medio metro de la oreja dejándome durante varios segundos más sordo que una tapia. Un amable hombre que estaba a mi lado con su vehículo empezó a hablarme. Creo que le dije «Kaputt» pero no lo podría asegurar ya que no oía ni mis propias palabras. Menos mal que en un par de minutos recuperé totalmente la audición.
La reparación
Durante unos cuantos días aparque a Anacleta hasta que alguien me comento que existía un taller con todas las herramientas a tu disposición donde te podías reparar tú mismo la bicicleta pagando sólo la voluntad. A rastras llevé a Anacleta una tarde de otoño hasta allí, y le cambié las cubiertas y la cámara reventada, aunque primero tuve que rebuscar en un montón de cubiertas de segunda mano apiladas las que se ajustaban a las medidas. Encontré dos, una lisa y otra con tacos, que coloqué detrás para mejorar la tracción. Ya la memoria me empieza a fallar, pero creo que justo el taller cerraba y tuve que volver otro día a acabar de «tunear» a Anacleta arreglándole la luz (la dinamo no hacía contacto, y tensé los frenos que tampoco funcionaban muy bien). Parece que por fin, Anacleta estaba lista.
El incidente.
El incidente sucedió una mañana cuando me dirigía a clase. Un abuelete arrancó en un paso de peatones cuando justo pasaba yo y me golpeó ligeramente la rueda trasera. Ni siquiera perdí el equilibrio, por lo que después de decirme mucho «enshuldigun, enchuldigun» le dije que no pasaba nada. Más tarde me di cuenta de mi error. El impacto había doblado la rueda e incluso había girado el eje de forma que rozaba con el cuadro. Cada pedalada suponía un gasto triple de energía. Vuelta al taller.
La solución fue ajustar radio a radio la tensión de los mismos de forma que pude volver a poner recta la rueda, y desmontar el eje y volverlo a colocar. Una hora flojando y apretando radios puede ser considerablemente aburrido, pero al final, Anacleta quedó lista para nuevas aventuras.
Tienes pocas luces
Volviendo del bar no sé que sucedió pero alguna parte de mi cuerpo accidentalmente golpeó a la Señora Dinamo y la mandó a hacer puñetas. Vuelta al taller a ajustar la Dinamo y a volver a poner los cables asegurándolos con cinta aislante. Solución provisional que falló más que una escopeta de feria y que todavía sigue fallando porque no la he acabado de reparar.
Algunas reparaciones más entre nieve y hielo
Por supuesto que tuve que volver varias veces al taller. Pequeños ajustes hasta que en la última visita me puse a tratar de arreglar las marchas para que fueran más suaves, y acabé teniendo una bicicleta prácticamente monomarcha y sin frenos traseros, cosa especialmente divertida cuando está todo nevado y vas derrapando al menor descuido. Llegados a este punto decidí dejar hibernando la bicicleta, con tan mala fortuna que cuando me quise dar cuenta se había congelado por ser tan vago de no haberla metido en el cobertizo.
El pedal y estado actual
Para acabar, que ya tengo ganas de finalizar la historia, queda comentar pequeños detalles como las innumerables veces que se me salió la cadena, las otras tantas que hablando por el móvil estuve a punto de chocarme con alguien, o directamente cuando perdí un pedal. Sí, tal cual. Se le cayó el pedal al suelo. Lo recuperé y lo até con cinta aislante, pero esta noche lo he aventado ya que era más un estorbo que una ayuda. Con un pequeño saliente metálico que queda me apaño, aunque creo que se me acabará desgastando el zapato derecho.
En estos momentos estoy completamente seguro de dos cosas: la primera es que seguro que me dejo alguna anécdota graciosa relacionada con Anacleta, y la segunda que esto no acaba aquí, que no sé por qué me guarda algo de rencor y volverá a hacerme alguna esta malavada compañera.
¡Buenas noches!
¡Casi se me olvida presentaros!.
Bajo cero
Pedal recuperado colgando